Allí la niña se sentaba a mirar el paisaje, veía volar lindas mariposas, escuchaba el trino de los pájaros y se quedaba contemplando pasmada el bello cielo azul.
Necesitaba un poco de aturdimiento para no pensar en su suerte con demasiada lucidez, pero Florentino Ariza creyó que era para darse valor en el paso final.