Pero ¿qué encargo es éste, mi comisario? —replicó poniéndose en jarras y soltando una potente risotada. Acto seguido, se hizo a un lado y nos dejó pasar.
Francesca no participaba en la alegre conversación de las mujeres; permanecía en silencio junto a su madre, sin reír, acompañando las bromas y carcajadas de las demás con sonrisas forzadas.
Pero en vez de estas palabras sólo salió de su garganta un rebuzno tan formidable, que hizo reír a todos los espectadores, y más especialmente a los muchachos que había en el circo.