Finalmente, el doctor Pedro Recio Agüero de Tirteafuera prometió de darle de cenar aquella noche, aunque excediese de todos los aforismos de Hipócrates.
Mientras lo estaban operando, el cirujano tenía el hígado en las manos y, de pronto, un hombre que estaba cerca comenzó a pedirle un trozo de aquel hígado para su gato.