Un mapa de la provincia de Buenos Aires y un crucifijo adornaban las paredes; el papel era carmesí, con grandes pavos reales repetidos, de cola desplegada.
Los pavos reales del papel carmesí parecían destinados a alimentar pesadillas tenaces, pero el señor Villari no soñó nunca con una glorieta monstruosa hecha de inextricables pájaros vivos.
Cayé había llevado chipas, y Podeley encendió fuego, no obstante los mil inconvenientes en un país donde, fuera de los pavones, hay otros seres que tienen debilidad por la luz, sin contar los hombres.
El cabello abundante y largo de Oscar Wilde, junto con su apariencia en extremo bien cuidada, sus botas de terciopelo y su cuarto decorado con porcelana erótica, girasoles y plumas de pavo real, lo hicieron víctima de abusos.