Un hombre bajo y calvo con algo de pelo gris, nariz puntiaguda y ojos pequeños y llorosos apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.
Luego reflexionó, despedazando el borrador del lápiz con sus dientes afilados y grandes, de negra grande, y al final se encogió de hombros para liquidar un asunto que la tenía sin cuidado.
En este semicírculo, enterré dos filas de estacas fuertes, hundi éndolas por un extremo en la tierra hasta que estuvieran firmes como pilares, de manera que, sus puntas afiladas sobresalieran cinco pies y medio desde el suelo.