Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
Y mi madre sola, en medio de los cirios; su cara pálida y sus dientes blancos asomándose apenitas entre sus labios morados, endurecidos por la amoratada muerte.
Era una chiquilla preciosa, de carita redonda y ojos almendrados del color de la miel. Sus dientes parecían copos de nieve y tenía el cabello ondulado y negro como el azabache.
A los romanos no les importaba tanto el olor, pero sí que sus dientes estuvieran bien blancos así que usaban orina como enjuague – Los ricos, incluso, compraban orina de Portugal, por ser la más fuerte del imperio.