La mayoría de las actividades de los retornados potenciales se reduce más o menos a las visitas a sus hogares demolidos o incinerados o a sus cementerios profanados.
Toda la gente de su pueblo intenta convencerlo de que abandone su locura, llegando incluso a quemar algunos de los libros extravagantes en su biblioteca personal.
Era necesario explicárselo, pero no se lo explicaban, ocupados como estaban en dar filo a los machetes comprados por la revolución en una ferretería que se quemó.
Las quemó de todos modos, después de leerlas con un interés creciente, aunque a medida que las quemaba iba quedándole un sedimento de culpa que no conseguía disipar.
Esta celebración gira en torno a los monumentos falleros: enormes figuras de caracter normalmente satírico, que lucharán por hacerse con uno de los premios que existen y que se acabarán quemando.
Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.
Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero.
––Quemaremos la carta si cree que es preciso para preservar mi afecto, pero aunque los dos tenemos razones para pensar que mis opiniones no son enteramente inalterables, no cambian tan fácilmente como usted supone.