Así era. Contra la scolicitud de la abadesa, Sierva María se quedaba en Santa Clara, y el padre Cayetano Delaura seguía a cargo de ella con la confianza plena del obispo.
Ha de escribir los sermones, y el tiempo que le queda nunca es bastante para los deberes de la parroquia y para el cuidado y mejora de sus feligreses cuyas vidas tiene la obligación de hacer lo más llevaderas posible.