La abuela reconoció entonces la forma y la dicción peninsulares del misionero, y eludió el encuentro frontal para no descalabrarse contra su intransigencia. Volvió a ser ella misma.
Y todo empezó porque recuerdo que en casa había un piano de la marca Pleyel, que es un piano de 1900, que mi padre tenía casi de decoración, porque la afinación del piano no funcionaba.
La tendencia de los adultos a agudizar nuestro tono parece que no tiene tanto que ver con el impulso de instruir a los niños, sino por la percepción de que la persona con la que estamos hablando no conoce nuestro idioma.