Los obreros se volvieron sorprendidos. El más joven era de veinte años, tenía el apodo de Cabeza de Cobre por el color de sus pelos. El otro era ya viejo.
Los funcionarios fueron notificados por una filtración de que la obra, “Cabeza de mujer joven”, iba a exportarse por vía aérea, y se personaron en el barco que la guardada de pabellón británico.
Los Torricos, que para todo lo que se comía necesitaban la sal de tequesquite, para mis elotes no; nunca buscaron ni hablaron de echarle tequesquite a mis elotes, que eran de los que se daban en Cabeza del Toro.
Para septiembre, en las noches de velada, nos poníamos en el cabezo que hay detrás de la casa del huerto, a sentir el pueblo en fiesta desde aquella paz fragante que emanaban los nardos de la alberca.
El coamil donde yo sembraba todos los años un tantito de maíz para tener elotes, y otro tantito de frijol, quedaba por el lado de arriba, allí donde la ladera baja hasta esa barranca que le dicen Cabeza del Toro.