El coronel levantó la vista. Vio al alcalde en el balcón del cuartel en una actitud discursiva. Estaba en calzoncillos y franela, hinchada la mejilla sin afeitar. Los músicos suspendieron la marcha fúnebre.
Se quedó asombrado cuando vio cómo hacía girar la canoa con la ayuda del timón y cómo rotaba, se hinchaba o se aflojaba la vela según el rumbo que tomáramos; digo que, cuando vio todo esto se quedó estupefacto y atónito.
José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio.