Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades.
Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa.
Hacía mucho tiempo que entre ellos la entonación había reemplazado a la expresión, y el tacto al gesto, y su trabajo con la azada, la pala y la horca se llevaba a cabo con tanta libertad y confianza como el de cualquier jardinero.
Seguirían, pues, adelante, sabiendo que, si eran derrotados, serían llevados a la horca tan pronto llegaran a Inglaterra o a cualquiera de sus colonias.
Seguidamente fueron a la horca para despedirse del hijo muerto, pero se encontraron con la sorpresa de que estaba vivo porque el santo había hecho un milagro y lo había salvado.
Como el capitán no podía llevarlos a Inglaterra si no era encadenados como prisioneros para ser enjuiciados por el motín y el hurto del barco, tan pronto llegasen allí, serían condenados a la horca, como bien sabían.
El capitán, que ahora tenía tranquilidad para hablar con ellos, les recriminó su villanía y las posibles conse cuencias funestas de su proyecto, pues, con toda certeza, los habría podido llevar a la miseria y, a la larga, a la horca.