Ondeaba al viento contra el oscuro azul del cielo, irradiando un aura plateada que, de un modo extraño, parecía relacionada con el creciente número de estrellas.
Cuando se inclinaba y saludada a izquierda y derecha, su túnica seguía los movimientos de su cuerpo, y, cuando se apresuraba, sus mangas ondeaban como alas.
Todavía podían leerse las letras grabadas sobre los cristales empañados de mugre, y un cartel en forma de bombín seguía ondeando en la fachada, prometiendo diseños a medida y las últimas novedades de París.
Vamos a echar un vistazo —propuso Harry, señalando una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa hacía ondear una bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.