Toma bien las señas; que yo procuraré no apartarme destos contornos -dijo don Quijote-, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos, por ver si te descubro cuando vuelvas.
En una última carrera, llegué a tierra firme, donde, para mi satisfacción, trepé por unos riscos que había en la orilla y me senté en la hierba, fuera del alance del agua y libre de peligro.
Su alma le suplicó lastimosamente; pero él, sin prestarle atención, saltaba de risco en risco, tan seguro de sus pies como una cabra montés, y por fin llegó a la tierra llana y a la amarillenta orilla del mar.