Luego me fui paseando descansadamente calle adelante, y descubrí, tal como yo esperaba, unos establos en una travesía que corre a lo largo de una de las tapias del jardín.
Primero, en la calle de la Ribera, la casilla de Arreburra, el aguador, con su corral al Sur, dorado siempre de sol, desde donde yo miraba a Huelva, encaramándome en la tapia.
Ha dado, como el caballito del circo por la pista, tres vueltas en redondo por el jardín, blanca como la leve ola única de un dulce mar de luz, y ha vuelto a pasar la tapia.