Allí estaba, sentada en la silla del tocador, con la túnica blanca y la cabellera suelta hasta el piso, tocando un ejercicio primario que había aprendido de él.
Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos.
Y justo también había conocido a Refri y nos entendíamos mucho a la hora de hacer música, a la hora de escuchar muchas músicas distintas, de disfrutar los dos tocando.