Aquiles, el de los pies ligeros, llora de tristeza y cólera por su amigo Patroclo y se niega a oficiar honras fúnebres hasta no haber consumado su venganza.
Hallóse presente el obispo o arzobispo de la ciudad, y con su bendición y licencia los llevó al templo, y, dispensando en el tiempo, los desposó en el mismo punto.