Su ancho sombrero negro, pantalones abolsados, corbata blanca, sonrisa de simpatía y aspecto general de observador curioso y benévolo eran tales, que sólo un señor John Hare sería capaz de igualarlos.
Lo peor es que esto seguía ocurriendo cuando empecé a estudiar francés, alemán y luego italiano (sí, en italiano hay dos verbos, pero, seamos realistas, 'stare' casi no se usa… ).
Echado en el suelo, tiene la mano bajo el chorro vivo, y el agua le pone en la palma un tembloroso palacio de frescura y de gracia que sus ojos negros contemplan arrobados.