Tuve una visión fugaz de figuras humanas que echaban a correr, y oí dentro la voz de Holmes que les daba la seguridad de que se trataba de una falsa alarma.
¡Ya han llegado, ya han llegado! —Después vinieron más voces, gritos y portazos, nombres repetidos entre sollozos sonoros —: ¡Concha, Concha! ¡Carmela, mi hermana! ¡Por fin, Esperanza, por fin!
El griterío en su interior, las cestas con pollos vivos, el sudor y los olores que desprendían los cuerpos y los bultos que los pasajeros, moros y españoles, acarreaban con ellos.