Fue así como desposó en una boda de estruendo a doña Olalla de Mendoza, una mujer muy bella de grandes y varios talentos, a la que mantuvo virgen para no concederle ni la gracia de un hijo.
A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido citársele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común con Estados Unidos hoy en día, excepto la lengua, como es de suponer.