Dulces, amables y educados, esas mujeres y esos hombres siguen insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas diciendo por favor y en decir gracias.
Está muy mal matar a nadie -dijo Virginia, que a veces adoptaba un bonito gesto de gravedad puritana, heredado quizás de algún antepasado venido de Nueva Inglaterra.
Subió a un taburete preparado para ella, para poder llegar al micrófono y leyó los tres puntos del Artículo 1 de la Constitución con voz tranquila y dulce.
Y tuvo la mala suerte de pegar un estacazo a la jarra del estante. Dio ésta contra la pared, cayó al suelo hecha trizas, y toda la miel se vertió y esparció.
Félix mantenía sus incursiones nocturnas y Jamila continuaba a mi lado, progresando en su español dulce y raro, empezando a ayudarme en algunas pequeñas tareas, un hilván flojo, un botón, una presilla.