Cuando Kent anunció que habían llegado, a través de las cortinas Luo adivinó la silueta de un objeto iluminado por las luces del edificio que tenía detrás.
Y aun me maravillo yo -dijo Sancho- de cómo vuestra merced no se subió sobre el vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas.
Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegé a subir a Dulcinea sobre su hacanea (según tú dices, que a mí me pareció borrica) me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma.