No había acabado de firmar la última cuando apareció en la puerta de la carpa un coronel rebelde llevando del cabestro una mula cargada con dos baúles.
No fue publicada, pero el autor mandó una copia al Diario del Comercio, el más antiguo y serio del litoral caribe, y éste la destacó en la página primera.
Desde entonces tuvo copias de dientes en todas partes, en distintos lugares de la casa, en la gaveta del escritorio, y una en cada uno de los tres buques de la empresa.
La copia de ésta se había perdido, y la de Hildebranda era casi invisible, pero ambas se reconocieron a través de las brumas del desencanto: jóvenes y bellas como no volverían a serlo jamás.
Este proyecto lo comencé a desarrollar en las plataformas digitales y ahí, me di cuenta de que en todo el entramado digital también estamos buscando nuestra identidad y que se expanden muy rápido las réplicas.
Para mayor regodeo de la añoranza, trajo su copia del retrato de dama antigua que les había tomado el fotógrafo belga la tarde en que el joven Juvenal Urbino le dio la estocada de gracia a la voluntariosa Fermina Daza.