A la vuelta de una esquina les salió al paso el convento de Santa Clara, blanco y solitario, con tres pisos de persianas azules sobre el muladar de una playa.
Para realizar el experimento, Watson y su asistente Rosalie Rayner, colocaron al niño en una habitación donde se dejaba vagar a una rata blanca. Primero, el niño no mostró miedo.
Trató de enseñarla a ser blanca de ley, de restaurar para ella sus sueños fallidos de noble criollo, de quitarle el gusto del escabeche de iguana y el guiso de armadillo.
Rosa y perla era su gran abanico de gasa, y en el cabello, que formaba una aureola de oro viejo en torno a su carita pálida, llevaba una linda rosa blanca.
Santiago Nasar se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda. Era un atuendo de ocasión.