Pero hete aquí que de pronto levantó el burro las dos patas traseras, y dando una sacudida, lanzó al muñeco sobre un montón de grava a un lado del camino.
Lo llevaba siempre por los peores caminos para hacerle mal. Si había piedras por ellas; si había barro por lo más alto. Y él, con el bastón, me golpeaba en la cabeza.
Y el mono, cuya cadena pesa más que él, fuera de punto, sin razón, da una vuelta de campana y luego se pone a buscar entre los chinos de la cuneta uno más blando.
¡Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en otras, sin tener pies ni cabeza! ¿Qué tiene que ver el cascajo, los broches, los refranes y el entono con lo que yo digo?
Dos militares, dos oficiales con breeches, fajines a la cintura y las gorras rojas de los Regulares; cuatro piernas que caminaban briosas, haciendo sonar las botas sobre los adoquines mientras hablaban entre ellos en voz baja y nerviosa.