Querida Lizzy, ten en cuenta en qué lugar tan deshonroso sitúa al señor Darcy; tratar así al favorito de su padre, a alguien al que él había prometido darle un porvenir.
Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica.
A las damas de Netherfield se les hubiese hecho difícil creer que aquel hombre que vivía del comercio y se hallaba siempre metido en su almacén, pudiera estar tan bien educado y resultar tan agradable.
Lo único seguro que le quedaba entonces eran dos múcuras repletas de doblones de a cien y de a cuatro, en oro puro, que en tiempos de vacas gordas había enterrado debajo de la cama.
A mitad de su intervención empezó a vislumbrarse como el hombre que debería ser todos los días que no eran aquél: seguro de sí mismo, contundente en sus gestos y palabras, acostumbrado a mandar y a llevar la razón.