Pero la infantita no estaba allí; sólo vio unas prodigiosas estatuas blancas que lo miraban desde sus pedestales de jaspe con ojos ciegos y labios que sonreían extrañamente.
Una Diana artificial, dorada, heroica, serena y dominada por el viento, brillaba con luz trémula sobre su pedestal bajo el claro resplandor de su tocaya en el cielo.
Allí nos recibirá el Cristo Redentor, una imponente estatua de treinta metros de altura más un pedestal de ocho metros que representa a Jesús de Nazaret.
Pero Aureliano Segundo se sobrepuso de inmediato a la perplejidad, declaró huéspedes de honor a los recién llegados, y sentó salomónicamente a Remedios, la bella, y a la reina intrusa en el mismo pedestal.