Ahí nos ponen en una línea de salida imaginaria, desde donde tenemos que ir avanzando, subiendo y bajando montañas, sorteando obstáculos hasta que un día nos toque llegar al final.
Cuando notó que la pasta estaba seca y que no podía abrir el ojo, inició el descenso en dirección al portal de Santa Anna, en la parte más septentrional de la muralla occidental.