Desde que vio los primeros cabellos que se quedaban enredados en la peinilla, se dio cuenta de que estaba condenado a un infierno cuyo suplicio es inimaginable para quienes no lo padecen.
Sierva María fue olvidada en medio de la abrasión de la cal viva, los vapores del alquitrán, el tormento de los martillazos y las blasfemias a gritos de las gentes de toda ley que invadieron la casa hasta la clausura.