Y dejándolos, se volvió adonde estaba Dorotea; la cual, como había oído suspirar a la embozada, movida de natural compasión, se llegó a ella y le dijo: -¿Qué mal sentís, señora mía?
No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había, y puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agradecía.